A veces nuestros compañeros pueden ser el origen de buena parte de la presión que nos frena, y a veces somos nosotros los causantes, quizás de forma inconsciente, de la presión que les reprime a ellos. Se reconoce a un equipo de verdad cuando vemos a todo el mundo empujando en la misma dirección. Cuando alguien no lo hace, se nota. Entonces, le exigimos más compromiso, más actitud, más intensidad. Pero, ¿cómo sabemos que no teme dar ese paso, que no le da miedo mostrar todo su arrojo? ¿Y cómo sabemos que no teme nuestra crítica, o simplemente nuestro enfado? Puede que nosotros contásemos con una mayor confianza cuando éramos más jóvenes, puede que por nuestra propia naturaleza, o puede que el entorno nos lo pusiese más sencillo. ¡Seguro que no fue tan fácil!
Pero, ¿de dónde obtenemos, o de dónde obtuvimos, la confianza para atrevernos a intentar hacer algo grande? ¿De dónde obtenemos la confianza para empujar con todo nosotros también? De nosotros mismos, y de los demás. Pero como con casi todas las cosas, no se trata solamente de conocer nuestras capacidades, bien mediante nuestra propia percepción de las mismas, o a través del feedback externo que nos llega. La clave es que en ambos casos se trata de lo que percibimos e interpretamos. Por eso es importante hacer ver, con la mayor claridad posible, que nadie va a ser juzgado por empujar con todas sus fuerzas, por intentar dar lo mejor de si mismo, en especial cuando falle. Y por eso es importante no enfocarse en exceso en nuestros propios errores, pues si bien pueden proporcionarnos información muy valiosa de cara a mejorar nuestro rendimiento, no definen nuestra capacidad para lograr nuestras metas: son nuestras fortalezas las que nos empujan hacia ellas.
Una de las actitudes fundamentales que se entrenan con el mindfulness es precisamente la de «no juzgar». Si es necesario realizar una corrección, se realiza, sin más. Si es necesario devolver la atención a un lugar en concreto, se hace. De hecho, las distracciones no se ven como algo malo, ni nosotros somos peores por distraernos más. Cada distracción es una oportunidad diferente de entrenar la atención.
Lo que hacemos con los demás es lo que hacemos con nosotros mismos, y lo que hacemos con nosotros mismos es lo que hacemos con los demás. Presionamos a nuestros compañeros cuando les juzgamos, por su supuesta actitud o por su rendimiento, y nos presionamos a nosotros mismos cuando nos juzgamos por lo que nos decimos que somos o por los resultados que obtenemos. Fortalecemos al equipo cuando nuestros compañeros llegan a sentir que confiamos en ellos, cuando sienten nuestro apoyo, cuando se sienten libres de arriesgar. Nos fortalecemos a nosotros mismos cuando confiamos en nosotros mismos, cuando nos animamos a seguir avanzando y nos damos permiso para arriesgar.
Mejorar es arriesgar. Intentar algo nuevo supone siempre un riesgo. Precisamente porque es algo nuevo para nosotros: no sabemos si acertaremos o no. Por contra, en seguir haciendo lo de siempre hay certidumbre, al menos la de que no se va a realizar ningún progreso.
Cuando hablo de arriesgar, no me refiero únicamente a aspectos técnicos o tácticos. Modificar una actitud, o aplicarla en un entorno diferente, también supone un riesgo, empezando por el que supone que pueda ser bien o mal recibida. Habrá a quienes eso les traiga sin cuidado (o eso quieran hacer ver). Sin embargo otros interpretarán el mínimo gesto como un signo de desaprobación que frenará en seco su empuje. Hablamos entonces de la confianza basada en la vulnerabilidad, que tal y como la define Patrick Lencioni, «es la que existe cuando los miembros de un equipo confían lo suficiente en las intenciones de sus compañeros como para exponer sus propias vulnerabilidades, sabiendo que nadie las usará en su contra”.
Para progresar, para que nosotros y nuestros equipos den lo mejor de sí mismos, necesitamos dar y recibir confianza. Juzgar, a los demás o a nosotros mismos, es la actitud que puede frenar el instinto natural de progresar. «No juzgar» supone liberar el freno. Lo siguiente será darse cuenta, o hacer ver, que el freno no está echado, y que es el momento de pisar el acelerador, de empujar de verdad, ¡con todo!