La generosidad es en sí un acto de liderazgo. Si eres generoso no necesitas que nadie vaya por delante para actuar con generosidad. Por contra, el egoísta, está siempre pendiente de comparaciones, de ver qué hacen los demás. Quien da esperando recibir algo a cambio no es generoso. El generoso da con independencia de si los demás harán lo mismo. Igual que el líder que «iría adonde va y haría lo que hace con independencia de si otros deciden seguirle». Se puede liderar sin ser generoso. Se puede liderar una inversión, y sin duda es posible que esa acción primera acabe siendo beneficiosa para todos. Podría decirse que ese es un tipo de liderazgo interesado a la vez que productivo. Sería el tipo de liderazgo del que se enfoca en el proceso, más concretamente, en poner en marcha el proceso, sabiendo que eso llevará a que los resultados cuiden de sí mismos.
Y es muy positivo que exista este tipo de liderazgo. Pero es un liderazgo que al final, depende de la confianza, inteligente, en el logro de resultados. Es inteligente porque el enfoque del líder en el proceso, en la puesta en marcha del proceso, es una buena estrategia para el logro.
Hay una tradición oriental que dice que el infierno es un banquete repleto de manjares exquisitos, en el que los comensales, para llevarse los alimentos a la boca, han de utilizar unos palillos… de 2 metros de longitud. ¿Te lo imaginas? Se dice que el cielo es un banquete igualmente servido, en el que los comensales para comer utilizan unos palillos, de 2 metros de longitud… pero que utilizan para servir a los demás.
Como decía en otro artículo anterior, la teoría de juegos dice que lo más inteligente es colaborar cuando los demás colaboran, y no colaborar cuando los demás dejan de hacerlo. ¿Que sucedería en el cielo si, estando dispuestos a servir a los demás, todos esperasen a ser servidos primero? ¿Qué sucedería si nadie estuviese dispuesto a ser el último en recibir alimentos? Liderar tiene que ver con estar dispuesto a ser el primero en dar. Pero puede que el verdadero liderazgo tenga más que ver con estar dispuesto a ser el último en recibir.
En cualquier caso, en este pequeño purgatorio, es posible que se acabasen «expiando los pecados» gracias a la inteligencia de unos pocos que viesen que, tomando ellos la iniciativa, al final acabarían beneficiándose todos. Pero, ¿que sucedería si el banquete no fuese tan abundante, si nadie garantizase fuese a haber suficiente comida como para que todos quedasen saciados? Podría darse el caso de que quien tomase la iniciativa de servir con generosidad a los demás, acabase quedándose sin probar bocado. ¿Por qué habría de hacerlo entonces?
¿Por qué tendría nadie que entregar todo su esfuerzo al equipo desinteresadamente? ¿Será al fin y al cabo lo más inteligente? Lo es. Si tomo la iniciativa puede que me quede sin comer, pero igualmente, si nadie la toma, todos nos quedaremos sin comer. Luego lo más inteligente, será que, al menos sea yo quien trate de liderar a mi equipo en la buena dirección. Al menos así dejaremos de estar estancados para comenzar a avanzar, por muy incierto que sea el destino. Esto no sería del todo desinteresado, aunque sí inteligente. El mismo Phil Jackson, en su libro [amazon_textlink asin=’8480196343′ text='»Canastas Sagradas»‘ template=’ProductLink’ store=’elispormindapi-21′ marketplace=’ES’ link_id=’ddf62406-6aff-11e7-b861-a711ae65cfc0′] habla del desinterés, de la entrega desinteresada al equipo como clave para el éxito de aquellos Bulls que en un principio sucumbían ante la dureza de los «Bad Boys» de Detroit.
Seguiremos a ese líder porque su eficacia y su inteligencia nos proporcionan seguridad. ¿Podemos estar seguros de que sus intereses y los nuestros estarán siempre alineados? ¿Hasta qué punto podemos depositar nuestra confianza en esa comunión de intereses, o en su eficacia? Confiamos de verdad en alguien cuando sabemos lo que va a hacer, independientemente de las circunstancias, y esto es lo que sucede cuando alguien actúa movido por sus valores, por lo que considera correcto. Sólo entonces sabemos que hará eso, con independencia de lo que los demás piensen, digan o hagan. E independientemente de los resultados. Podemos estar seguros de que «no nos defraudará».
El liderazgo sólido y comprometido surge de asumir la generosidad como un valor fundamental. Uno es el primero en dar, y está dispuesto a ser el último en recibir, o incluso a no recibir, porque cree firmemente que eso es lo correcto: no sólo porque sabe que los demás harían lo mismo por él, sino porque está convencido que es lo correcto. Y sólo siendo él el primero en hacerlo puede esperar que los demás hagan lo mismo. Sólo siendo él el primero puede esperar que su ejemplo sirva para inducir un cambio de mentalidad en quienes desconfían. Sólo haciendo lo correcto, sea en el lugar que sea, podrá sentirse satisfecho consigo mismo, y «estará siempre en el lugar en el que desea estar».