¿Con cuál de estas dos ideas te quedarías?
- Queremos ser mejores.
- Queremos mejorar.
Más allá de que pensemos que puede haber gente que no quiera ni lo uno ni lo otro, podría parecer que las dos vienen a ser lo mismo. Pero no es así.
Si te planteas la cuestión como una elección personal, como una intención, o simplemente como la probabilidad de construir internamente una frase o la otra, surgen una serie de matices importantes. Y el principal tiene que ver con el carácter más o menos estable de aquello en lo que te gustaría ser mejor o que quieres mejorar. Por definición, ser es algo estático. Incluso en el caso de que pensemos que con el tiempo se puede cambiar, si decimos que algo o alguien es, estamos aceptando que al menos durante un tiempo ese rasgo o esa característica va a permanecer invariable. Si mi intención es ser algo (ser mejor), eso significa que asumo que ahora, de forma más o menos estable, no lo soy (no soy todo lo bueno que quisiera ser).
Sin embargo, mejorar es un proceso. No se asume ningún estatismo, sino que precisamente la mejora se asienta en el cambio constante. Hay progreso, es progresivo. Y esta es la clave de todo: la creencia de que ciertos rasgos son fundamentalmente fijos, o que son variables con el tiempo. Es evidente que cada uno de nosotros nace con una determinada dotación genética, y también que a lo largo de nuestras vidas hemos ido acumulando experiencias que nos condicionan en el presente. Pero, ¿crees que cada uno de nosotros «es como es»? Es decir, ¿piensas que «sí, se puede entrenar lo que quieras, pero si no vales para algo, por mucho que te empeñes hay poco que puedas hacer»? La ciencia nos dice que habría que hacer matizaciones, pero efectivamente, no hay mucho que puedas hacer para modificar la proporción de fibras musculares rápidas y lentas en tus piernas. Aunque sí puedes entrenar para optimizar el funcionamiento de tu dotación particular.

Bruno Hortelano – Foto: LaLiga – LaLiga4Sports 2016
¿Y en lo que se refiere al carácter o a los rasgos de personalidad? También es cierto que la genética condiciona ciertos aspectos, pero condicionar no es lo mismo que determinar. Y por supuesto, la educación y las experiencias que hemos tenido, especialmente en nuestra infancia y nuestra juventud, también condicionan nuestras creencias y reacciones automáticas. Buena parte de este otro tipo de dotación, es lo que hace que haya cosas que «no podemos evitar». Y como no lo podemos evitar (o no sabemos cómo hacerlo), acabamos justificándonos con un «es que yo soy así». Y bueno, eso al menos nos permite relajarnos un poco. Por fin sabemos cómo somos, y qué se puede esperar de nosotros. Se acabó la incertidumbre. Por fin tenemos algo estable y predecible a lo que nos podemos agarrar. Aunque más que agarrarnos, nos atamos a ello, pues haciéndolo renunciamos a otras posibilidades de actuación, limitando nuestro poder y nuestra libertad.
¿Qué sucedería si descubriese una forma de evitar esa reacción automática y sustituirla por otra? Bueno, hemos visto que existen formas de introducir un espacio entre estímulo y respuesta, y que eso nos ofrece la posibilidad de elegir nuevas opciones. Si esto es así, si ahora ya sí podemos evitar reaccionar, pensar o comportarnos de una determinada manera, ¿quiere decir que entonces dejaría de poder decir que «yo soy así»? ¿¡Y volver a la incertidumbre de no saber qué puedo esperar de mi mismo!? ¡Bufff! ¿Quién puede querer eso? ¿¡Y tener que elegir de nuevo entre múltiples opciones de actuar!? ¿Tener que elegir, o poder elegir? Incertidumbre, sí. Pero también poder personal y libertad.
Paradójicamente, hace falta mucha confianza en uno mismo para asumir ese grado de incertidumbre con respecto a uno mismo. ¿Pero dónde se puede asentar esa confianza si no hay un rasgo fijo que la soporte? Pues precisamente en lo único que es constante: el cambio. Saber que pase lo que pase, uno siempre va a ser capaz de cambiar, de adaptarse, de seguir adelante. Ese es el tipo de confianza que le permite a uno desembarazarse de las creencias que creía que necesitaba para sentirse seguro. Abrazar el cambio será lo que nos dé esa fortaleza.
Por el contrario, cuando buscamos la seguridad en lo fijo, en lo estático, el más mínimo movimiento puede verse como una amenaza. Así que estamos abocados al miedo y a la reactividad. Tarde o temprano todo cambia. Y en la medida en que nos resistimos al cambio, más frágiles nos volvemos, más tensiones se acumulan a nuestro alrededor, hasta que finalmente, algo se acaba rompiendo, empezando por esa ilusión de seguridad.
¿Y esto qué tiene que ver con el deporte? Lo tiene que ver todo. Piensa en todo aquello a lo que, de forma más o menos consciente, le aplicas un «yo soy así», un «no lo puedo evitar», un «yo no valgo para…», etc. Veremos más adelante como incluso ese «soy el mejor», «somos los mejores» o los bienintencionados «eres el mejor» o «eres muy bueno» que le dedicamos a un niño, pueden tener consecuencias fatales. Hasta llegar a nuestro propio y a veces terrible, «no puedo».
Estas frases, que aparentemente no son más que eso, son el reflejo de nuestras propias creencias acerca de rasgos (más o menos estables) que nos definen. Y en la medida en la que asumimos ciertos rasgos, condicionan nuestro comportamiento. Pero no sólo eso, sino que cada vez que repetimos cada una de estas frase, bien dirigidas a nosotros mismos o hacia otros, estamos reforzando o induciendo esas creencias. Y con ello aumentamos la probabilidad de que se repitan los mismos comportamientos. Lo que me digo que soy, y lo que le digo a otro que es (especialmente si es un niño o una niña), influirá en las creencias que tengo sobre lo que me define, o sobre lo que la otra persona cree que le define. Y esto condicionará de forma muy importante lo que creamos que podemos hacer, y lo que finalmente acabemos haciendo, o no haciendo.
Y todo esto parte de una necesidad que no es real. No necesitamos saber si somos o no somos. Da igual: mejores o peores, listos o torpes, buenos o malos, rápidos o lentos, fuertes o débiles. Sólo necesitamos saber que podemos mejorar. Y eso sí lo sabemos. Y también sabemos ya cómo podemos hacerlo. Con práctica y con esfuerzo.