Sé que no logro convencer a muchos sobre la importancia de la preparación mental, entendida como entrenamiento de capacidades, para la mejora, entre otras cosas, del rendimiento deportivo. He insistido una y otra vez en la similitud con la preparación física. Y es que hasta se comparte la terminología. Pero más allá aún, la forma en la que el componente fisiológico y el psicológico interactúan es innegable, y que esa interacción constante afecta al rendimiento deportivo ha quedado evidenciado científicamente en numerosísimos estudios.
Así surge, por ejemplo, el Modelo Psicobiológico del Rendimiento Deportivo, que lo que hace fundamentalmente es relacionar el rendimiento con la percepción subjetiva del esfuerzo, atendiendo a todos los factores que influyen en esa percepción. Desde el cumplimiento o incumplimiento de expectativas, la soledad o la compañía, el modo en que se definen los objetivos, la conexión emocional con los mismos, o la capacidad para dotar de un sentido o un propósito mayor a la actividad deportiva. Todos son elementos psicológicos que influyen de diferentes formas en la intensidad del esfuerzo que percibe el deportista y en su capacidad para soportar mayores o menores niveles de ese esfuerzo percibido. Dicho de otro modo, son factores que influyen en las «sensaciones» que tiene y determinan el momento en el que se dice a sí mismo que «no puede (soportar) más».
Este modelo se desarrolló principalmente en torno a los deportes de resistencia, pero es fácilmente trasladable a todos los deportes. Siempre se trata de ir un poco más allá, de superar una resistencia, lo que supone entrenar más tiempo, de forma más intensa, con más concentración,… En definitiva, de más esfuerzo, ya sea mental o físico, para el día de la prueba ser capaces de tolerar más incomodidad, más dolor,… de aplicar más esfuerzo que el rival. De este modo, incluso cuando las capacidades físicas, técnicas o tácticas del rival sean superiores, nosotros habremos sido capaces de llevar las nuestras más allá, las habremos aprovechado mejor, e independientemente del resultado, habremos rendido mejor.
En los deportes individuales esto parece tan claro, y es tan difícil eludir el más mínimo porcentaje de responsabilidad, que si algo se puede hacer para mejorar mi relación con el esfuerzo, para retrasar el momento en el que decido que «no puedo más», he de hacerlo.
Pero, en un equipo, ¿cuándo se decide que uno «no puede más»? Precisamente porque en un deporte de equipo los factores que influyen en el rendimiento se multiplican, es difícil llegar al punto en el que verdaderamente uno ya no pueda hacer nada más para mejorar su aportación al equipo, para hacer mejor a su equipo, para hacerse a sí mismo mejor jugador.
Con eso en mente, aceptando ese objetivo que se centra en la mejora, el momento de la rendición total, o parcial, la reducción en la intensidad del esfuerzo ya no tiene nada que ver con los demás, sino con la propia tolerancia al sufrimiento que conlleva la máxima exigencia. Entonces, el trabajo para incrementar esa tolerancia se hace ineludible. Incluido cuando se trata de esforzarse mentalmente para mantener el nivel de esfuerzo físico y de concentración cuando uno piensa que los demás no se están esforzando lo suficiente. Todos los factores psicológicos que influyen en los momentos clave de «no puedo más», o «se acabó, estoy harto», necesitan ser tomados en cuenta, y trabajados/entrenados.
Cuando uno se rinde porque «no puede más», lo que hace en realidad es asumir que ir más allá ya no está en sus manos. Si se está exhausto, se alude a una incapacidad para obtener más energía, por lo que no se le pueden pedir responsabilidades, pues en ese momento no hay más recursos a su alcance. Desde mi punto de vista, cuando uno se rinde, como digo, total o parcialmente, pero se demuestra que hay más cosas que puede hacer por mejorar, está eludiendo responsabilidades. Si no tiene recursos pero sabe dónde o quién los puede tener, es responsable de buscarlos (si su objetivo verdaderamente era la máxima mejora posible).
A veces el resultado es la excusa perfecta para eludir responsabilidades, para rendirse antes y tener que soportar menos esfuerzo percibido, para estar más cómodo. Si aguantar más no va a servir para obtener un mejor resultado, entonces para qué hacerlo. Cortoplacismo. Si dejamos a un lado el resultado a corto plazo y nos fijamos más en el proceso, en lo que nos lleva a la mejora, entonces se hace imposible eludir ninguna responsabilidad, porque entonces cada instante resulta valioso. Entonces no puedo realizar una rendición parcial cuando las cosas se ponen feas y retomar el esfuerzo cuando este resulta menos duro. Si asumo que soy responsable de mi propia mejora, y como consecuencia de la de mi equipo, entonces todos los instantes suman (o restan).