Al entrenamiento no se viene a demostrar

Después de leer el libro Mindset, de la psicóloga americana Carol Dweck, empecé a comprender muchas cosas. Pero sobre todo me quedé asombrado por cómo una simple creencia puede cambiarlo todo, puede cambiarnos la vida, y puede habérnosla estado cambiando desde hace muchísimo tiempo. Y empecé a valorar también los pequeños detalles, aparentemente insignificantes, que pueden estar reforzando una creencia que podría estar condicionando tantísimo la forma en la que lo afrontamos prácticamente todo.

Hará ya casi un año que leía la siguiente frase en un cartel pegado en las paredes del vestuario visitante del pabellón del Quabit Guadalajara de la liga ASOBAL de balonmano:

«Al entrenamiento no se viene a demostrar. Al entrenamiento se viene a mejorar»

Las implicaciones son muchas, pero por lo que me llamó la atención fue precisamente por lo que tiene que ver con el refuerzo de una mentalidad de crecimiento frente a una mentalidad fija. Cuando lo que más nos preocupa es demostrar lo que valemos, o que merecemos jugar más que otro compañero, estamos desviando la atención de lo que en realidad puede acercarnos a merecer jugar más, de forma consistente.

al entrenamiento no se viene a demostrar

Ya lo comentaba cuando hablaba de los tipos de refuerzos, y es que la necesidad de demostrar mi valía en un entrenamiento me sitúa en una situación de amenaza, lo que puede suponer varias cosas:

  • Que luche contra todo o todos los que puedan poner en duda de algún modo esa valía, ya sean parte o no de mi equipo.
  • Que huya de todo lo que pueda poner en riesgo mi imagen o el concepto que los demás tienen sobre mi competencia. Es decir, tenderé a asegurar y evitaré cualquier riesgo, incluso el que viene implícito con el aprendizaje y la mejora.
  • Evitaré el esfuerzo más allá de lo estrictamente necesario, pues podría ser interpretado como un signo de que en realidad no soy tan bueno como pretendo hacer ver, en contraposición al estereotipo de suficiencia del jugador talentoso.

Y todo empieza por la simple creencia de que podemos o no podemos cambiar. Todos queremos ser aceptados, sentir que de un modo u otro somos valiosos para los demás. Pero si tal y como nos vemos en este momento, no conseguimos sentirnos lo suficientemente importantes, o útiles (que no es lo mismo) de cara a los demás, entonces necesitamos hacer valer lo poco o mucho que tenemos. Nos veremos en la necesidad de demostrar, acentuar, incluso engrandecer nuestros méritos, y relativizar, minimizar e incluso despreciar y negar los de los demás. Haremos todo lo que sea necesario para que en la comparación podamos salir favorecidos, y quizás valorados.

En cambio, si creemos que podemos cambiar, que siempre vamos a poder hacer cosas que nos ayuden a ser más útiles para los demás, y por qué no, también para nosotros mismos, entonces demostrar pierde importancia. Si acaso, encontraremos satisfacción en mostrar nuestra progresión hasta el momento, para pasar inmediatamente a la siguiente oportunidad de mejora. De hecho, si existe algún tipo de amenaza, no será otra que la de dejar de avanzar, la de dejar de esforzarse y dejar escapar oportunidades de mejora. La comparación con los demás pierde fuerza, pues sólo es temporal. Puede ser una referencia válida en la medida que sirva para valorar la única comparación que importa, la que hagamos con nosotros mismos, la que mida nuestra progresión.

No podemos dormirnos en los éxitos ni los logros, ni empeñarnos en hacer valer lo alcanzado, pues nuestras habilidades de hoy no garantizan el éxito futuro. Todo lo bueno que pueda ser hoy, por mucho que me empeñe en demostrarlo, puede no ser suficiente para el desafío de mañana. Pero tampoco tenemos por qué resignarnos ni asumir posiciones ni límites del pasado, porque nuestras habilidades y capacidades de mañana no tienen por qué ser las mismas que las de hoy. Y que no sean las mismas, sino mejores, sólo depende de mi, de lo que yo decida comprometer en mi propia mejora. Pero antes de poder ponernos manos a la obra necesitaremos haber entendido que efectivamente el cambio es posible y que merecerá la pena el esfuerzo.

Y la ciencia está de nuestro lado para apoyarnos y hacernos entender que eso es posible. Igual que podemos desarrollar nuestros músculos, podemos desarrollar la coordinación motora a la hora de tocar un instrumento musical (lo que sin duda tiene un componente neurológico como base de ese desarrollo), y podemos desarrollar ciertos rasgos de la personalidad gracias a la plasticidad del cerebro y de todo el sistema nervioso. Gracias a esta neuroplasticidad, ahora sabemos que podemos mejorar la capacidad de atención y concentración, reducir la reactividad, ganar en fortaleza mental o incluso en confianza, amabilidad y bienestar.

¿Dónde encontramos entonces la seguridad, la sensación de valía y de merecer ser valorados por lo que somos si no hay nada estable a lo que agarrarnos? Pues en lo único que sí es constante, el cambio. En nuestra capacidad e intención de mejorar, sean cuales sean nuestras capacidad y rasgos actuales. En la humildad para reconocer que siempre habrá algo que podamos mejorar, algo en lo que podamos ayudar a los demás, sean compañeros de equipo o no. Y en saber que no poseer una cualidad no nos hace menos valiosos, al menos en la medida en la que nosotros mismos no hacemos de esa supuesta carencia un rasgo que nos define. Porque no nos definirá si al menos nos damos cuenta de que siempre podremos transformarla si la acompañamos de nuestra palabra mágica: todavía.