Que tu objetivo no sea el resultado, que no sea ganar. «Sí, ya sé, la tarea, estar centrado en lo que sucede en este preciso momento, disfrutar del proceso, aquí y ahora. Pero eso lo puedo tener todos los días. (¿Y con qué frecuencia lo consigues realmente?) Lo que de verdad quiero es disfrutar de haber conseguido algo grande.»
Es cierto, esa intensidad no la da el día a día, por mucho que te guste lo que haces. Los reconocimientos, los premios (si es que los hay), y por supuesto, la satisfacción personal por el logro. Se suele decir, después de tanto sufrimiento y sacrificio, esa es la recompensa que hace que todo haya merecido la pena. Pero, ¿»después de tanto sufrimiento» quiere decir que puede que no hayas disfrutado en ningún momento hasta el momento de la victoria? Entonces, a parte de dudar de que realmente tantos años de sufrimiento, sobre todo mental, puedan llegar a merecer la pena, dudo también de que pueda resultar saludable psicológicamente para nadie. Pero más aún, ¿cuál es el riesgo que se asume al supeditar toda esa cantidad de sufrimiento a la consecución de algo que en gran parte no depende de uno mismo? En su consecución influyen cantidad de factores que se escapan a nuestro control, como arbitrajes, lesiones, la misma suerte, o especialmente, la preparación o el acierto de nuestros rivales. No en vano, ellos se preparan y compiten por lo mismo que nosotros, y por grande que sea nuestra determinación, nunca podremos estar seguros de que la suya no sea mayor, o de que haya alguien genéticamente mejor dotado, o que haya contado con mejores medios, o simplemente con más suerte.
Supeditar nuestro bienestar emocional en estas condiciones, a un desenlace incierto, y efímero, supone un riesgo notable. ¿Cuáles podrían ser las consecuencias psicológicas? El hecho es que estas consecuencias no sólo se presentan en el frustrante momento en el que se produce el resultado adverso. Pueden prolongarse en el tiempo, y tener consecuencias fatales. Pero también pueden presentarse antes, cuando el deportista ve como el resultado deseado se pone en riesgo. Pueden aparecer sentimientos de culpa, de impotencia, ansiedad, angustia, frustración… Y todo esto puede llevarle a comportamientos nocivos, para los demás, o para sí mismo: desde caer en el sobreentrenamiento, con el consecuente incremento del riesgo de sufrir lesiones, a la utilización de doping, pasando por actitudes agresivas o incluso violentas, o el mismo abandono motivado por la presión, interna y/o externa.
¿Asumimos el riesgo? O mejor dicho, ¿necesitamos asumir el riesgo? No, si podemos dejar de supeditar nuestro bienestar como deportistas a ese único momento de gloria incierta. Y, ¡sí se puede! Como decía en «Objetivos Deportivos: Esto Nunca se Acaba», cerrando el espacio entre el lugar en el que quiero estar y el lugar en el que realmente estoy, que es justo el lugar en el que sucede todo, aquí y ahora. Es también donde sufro o disfruto, y donde me decido por una de las dos opciones. Hacer del aquí y ahora el lugar en el que quiero estar. Hacer que el disfrute dependa de mi, y sólo de mi, que no dependa de algo que no controlamos. No igualar disfrute y resultado. Hacer que el disfrute sea algo mío, que nadie me pueda arrebatar esa posibilidad, y que cada día pueda mejorar, por mi mismo, mi capacidad de disfrutar de mi propio esfuerzo.
Lo curioso de todo esto es que, cuando te mantienes a propósito concentrado en el momento presente, la meta viene hacia ti. El progreso es el resultado natural de mantenerse enfocado en el proceso de hacer cualquier cosa.