Seguimos pensando en el resultado. Y el caso es que, además de todo lo dicho, estar pendientes del resultado es una de las cosas que más presión nos genera. Además, todo lo que se deriva de él, o lo que nos imaginamos que derivará, también nos puede generar más estrés y ansiedad.
¿Qué grado de certidumbre puedo tener acerca de lo que sucederá al final de una competición? Más aún, ¿cómo podría saber la medida en que mis acciones influirán o determinarán en el resultado final? Te propongo un ejercicio: ahora, en este preciso momento, sin el agobio de una competición inmediata, ¿sabrías decir cuál es la proporción exacta en la que tú intervención determinará el resultado de la próxima prueba a la que te enfrentarás? ¿Podrías pormenorizar cada uno de los factores que influirán en él? ¿Y asignarles el porcentaje en el que lo decidirán? Si realizar esto ahora, es difícil, por no decir imposible, imagínate lo complicado que será hacerlo justo antes de iniciar esa competición.
¡Pues lo hacemos! O más bien, lo intentamos. Y es como si antes de la competición, nos sometiésemos a nosotros mismos a un examen sorpresa en el que la única forma de aprobar fuese contestar correctamente a estas preguntas. Y por si fuera poco, resulta que de las respuestas dadas parece que depende todo lo que va a suceder después. De hecho en parte es así, pues en la medida en la que nos creemos nuestras propias elucubraciones, anticipamos también actitudes y comportamientos que harán más probable que nuestro pronóstico se cumpla: la dichosa «profecía autocumplida». La confianza en nosotros mismos se convierte así en otro factor más capaz de determinar el resultado, pero sobre todo capaz de determinar nuestro rendimiento.
Pero una cosa: ¿de verdad necesitamos realizar ese examen sorpresa? ¿Por qué tenemos que someternos a una prueba cuasi-irresoluble (o sin el cuasi) antes de realizar otra, la que para nosotros sí que es verdaderamente relevante? Esta última requerirá de toda nuestra atención, pero nos distraemos a nosotros mismos con algo que en realidad no nos aportará nada (positivo). Es como si para estar seguros de que vamos a correr bien una prueba, necesitásemos correrla previamente, ¡justo antes de su inicio! ¿No estaremos agotando nuestros recursos, en este caso atencionales, emocionales y mentales en general, antes de tiempo?
Curiosamente, cuando cambias tu objetivo, y con ello tu enfoque, del resultado que tratas de obtener al proceso de alcanzarlo, sucede un fenómeno maravilloso: toda la presión desaparece. Y esto sucede porque cuando tu objetivo es atender únicamente a lo que estás haciendo ahora mismo, a cada momento que logres mantener ese enfoque, estarás logrando tu meta. Y al prestar atención a una sola cosa, la cháchara se detiene, y podrás sentirte calmado, fresco y con control.
Y quizás te preguntes: ¿y es posible controlar eso? Y la respuesta es sí. ¿Y cómo? Y la respuesta es: entrenando tu mente.