«¡Vaya golazo! ¡Eres buenísimo!» Sabemos lo importante que es ofrecer feedback positivo a los deportistas (y a todo el mundo), en lugar de sólo corregir errores y decir lo que se ha hecho mal. Por supuesto que esa información es necesaria, pero también necesitamos saber qué hacemos bien, en qué recursos y habilidades podemos confiar, porque de ahí es precisamente de donde vienen los resultados que queremos. Reforzar lo que hacemos bien supone incrementar la confianza en esa habilidad en concreto, reducir el temor a volverla a utilizar, y por lo tanto aumentar la probabilidad de que volvamos a intentarlo.
Con este mecanismo en mente, nos damos cuenta de la importancia que tiene el refuerzo positivo para dotar de consistencia a las actuaciones de nuestros deportistas y de nuestros equipos. Pero entonces, ¿cualquier mensaje positivo, es positivo? Quiero decir, ¿cualquier elogio, cualquier halago, tiene un efecto positivo en nuestros jugadores?
La primera condición que se ha de cumplir para que esto sea cierto es que el mensaje sea creíble y concreto. Si mi intención es estimular la confianza de un deportista, pero el mensaje que le doy no va dirigido a ningún comportamiento concreto, en el mejor de los casos el destinatario podrá interpretar que mi intención es buena, que deseo cuidarle, que intento elevar autoestima y que quiero hacer que se sienta bien. Pero también puede pensar que soy un adulador y que lo único que quiero es embaucarle para que acabe haciendo lo que yo quiero que haga. Si no identifico un comportamiento concreto que pueda volver a serle útil en el futuro, una acción positiva que pueda repetir y a la que pueda agarrarse, no estaré consiguiendo el objetivo de incrementar la probabilidad de que lo repita. No estaré fortaleciendo su confianza.
¿Qué parte de «¡Vaya golazo!» es específicamente la que queremos que nuestro jugador repita? ¿Qué sucedería si todo hubiese sucedido exactamente igual pero el portero se hubiese impulsado con un poco más de fuerza y hubiese llegado a rozar el balón lo justo para desviarlo y que se estrellase en el poste? Suponiendo que entendemos que en ambos casos la acción está bien ejecutada (que puede ser mucho suponer), ¿por qué no elogiamos lo mismo en los dos casos? Si al final lo que cuenta es la ejecución, ¿por qué en el primer caso le mostramos lo contentos que estamos con el resultado, el golazo? Sólo si el balón no entra es cuando nos esforzamos en que se enfoque en lo concreto, en lo que ha hecho bien más allá del resultado, en los detalles positivos de la ejecución en sí. Quizás por cosas de este tipo acabamos diciendo que se aprende más de los errores que de los aciertos, cuando en realidad podemos aprender mucho de ambos.
Pero más delicado aún es el «¡Eres buenísimo!». ¿Somos conscientes del efecto que tiene en el deportista? Evidentemente, puede servir para que se sienta más querido y apreciado, y eso está bien. Pero, ¿qué creerá que es lo que tiene que hacer para volver a recibir esa dosis de autoestima, y de aprecio? Si entiende que le decimos que es buenísimo porque el balón entró, entonces, ¿qué significará para él cualquier cosa que no sea que la pelota entre? ¿que ya no es tan bueno? Si no tengo claro cuál es el comportamiento concreto que originó el elogio, si no sé qué es exactamente lo que tengo que hacer para volver a recibirlo, quizás sea mejor no volver a intentarlo, al menos hasta que no esté seguro de que el balón va a entrar.
Hay un momento en el que el puedo empezar a pensar que lo importante es asegurarme de demostrar lo buen@ o buenísim@ que soy, o peor, que necesito asegurarme de no hacer nada que pueda evidenciar que no lo soy. Mientras lo consiga seré merecedor de reconocimiento y aprecio, y en la medida en la que no lo logre no lo recibiré. Empezaré a creer que necesito demostrar mi valía personal, y que los reconocimientos externos que reciba (o que no reciba) serán el mejor indicador de esa valía. Necesitaré proteger mi imagen a cada paso. A partir de ahí un montón de cosas adquirirán un significado completamente diferente.
El Significado del Error
«No puedo permitirme fallar. Dicen que soy «talentoso», pero si fallo, pensarán que en realidad no era tan bueno como parecía. Mejor no intentarlo hasta que no esté seguro de que no fallaré». En la mayoría de los casos este tipo de razonamiento se producirá de forma automática y más o menos inconsciente. En cualquier caso, lo que significa es que el error empieza a considerarse como una amenaza para mi propia imagen, para mi ego, para mi valía. Y el resultado será una inhibición que parecerá inexplicable.
Pero la respuesta ante las amenazas, no siempre es la huída o la evitación. La otra reacción típica es la lucha. En este caso, si el error es la amenaza, lucharemos contra él oponiéndonos, negándolo: «Yo no he fallado» o, «yo no tengo la culpa de que…». Y todos podemos imaginarnos y reconocer el tipo de actitudes y comportamientos que surgen a partir de ahí.
El Significado del Aprendizaje
Si tengo que aprender algo es porque no lo sé, luego no era tan bueno si no lo sabía ya. Me será mucho más útil decir que ya lo sabía, o que si no lo sabía es porque en realidad no es algo que pueda aportarme valía alguna. Quizá os suene algo del tipo, «el coco es muy importante en el deporte», pero yo estoy bien así: poco que ver con el ansia de aprender y mejorar de los que al final acaban siendo los mejores en lo suyo.
El otro lado de la moneda es el del miedo a no ser capaz de aprender. Mejor no intentar nada nuevo, así no confirmaré esa supuesta incapacidad para aprender, asumida por mi mismo en primer lugar: «si no aprendo es porque en realidad nunca hice verdadera intención» es entonces la excusa ideal. O directamente asumirla en público para ahorrarme el mal trago, ayudado por un cierto desprecio del contenido del aprendizaje: «eso ya no es para mi», «yo no valgo para esas cosas»,…
El Significado del Esfuerzo
«Alguien realmente bueno no necesita esforzarse, y si tiene que esforzarse es porque en realidad no es tan bueno». «Si me esfuerzo es porque me obligan a ello, pero no porque yo lo necesite».
Y todo esto aplicado al «talentoso». Imagina el efecto que tendrá en un niño una etiqueta de «no talentoso», con cada error confirmando que «soy un desastre», cada cosa que no sé hacer confirmando que «soy torpe», y todo el esfuerzo que me cuesta hacer las cosas confirmando que «soy limitado».
Todo esto no significa que tengamos que evitar las felicitaciones. La cuestión es hacia qué dirigimos cada elogio. La alternativa a la alabanza que resalta un rasgo fijo es el elogio al cambio, a la mejora, al aprendizaje de los errores y al esfuerzo para conseguirlo. Enfocarse precisamente en aquello que puede hacernos cada vez mejores, y restarle importancia a lo estático, pues al fin y al cabo, quizás yo no sea buenísimo, pero tengo una palabra mágica capaz de solucionarlo, «todavía».